EDITORIAL

A prueba de “idiotas”.

Podría decirse que el ser humano es político por naturaleza, pues se ha encargado desde sus inicios de crear grupos organizados principalmente en patrones de rango y poder. En todas partes del mundo se han establecido modelos sociales donde hay unos líderes que tienen una influencia mayor sobre el ciudadano común y que participa activamente en el establecimiento de normas, deberes y derechos que afectan a la población civil.

Como resultado de un proceso global que ha traído consigo ideologías de gobierno como el zarismo, socialismo, capitalismo, fascismo, totalitarismo, principados, democracia, entre otros, podemos encontrar una variedad enorme en cuanto a formas de gobierno existentes en el mundo.

Dentro de nuestro entorno nacional contamos con un modelo de gobierno democrático que se supone cuenta con tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial. Estos a su vez se encargan de regular su accionar entre sí, para evitar que cada una de estas ramas del Estado sobrepase sus obligaciones y evitar así actos de ilegalidad dentro de éstos.

Sin embargo basta con observar los niveles de corrupción, que según la corporación Transparencia por Colombia hacen perder anualmente 4,2 billones de pesos al Estado. Para saber que más que un trabajo de regulación entre los poderes hay un vínculo de clientelismo entre sí.

En una situación como ésta, cuando la ciudadanía queda a merced de los intereses particulares de sus gobernantes, es cuando el periodismo juega un papel crucial como forma alternativa para este fin de control.

El periodismo debe ser el elemento que informe al ciudadano cuando las vías legales no hacen un trabajo adecuado; debe ser el que se encargue de denunciar y hacer visibles los casos de zoofilia política por parte de los dirigentes.

Por esto no es de extrañar, que en los momentos en que una nación se encuentra inmersa en un régimen autoritario, el Estado trate de convertir los medios de comunicación en sus portavoces oficiales, de silenciarlos mediante el cierre o la toma de represalias contra aquellos que se oponen a éste.

Nosotros los periodistas de Letras Oxidadas trataremos de contribuir un poco en la prevención de la idiotez (proveniente del griego idios y que se usaba para referirse a quien no se preocupa por los asuntos públicos.) al exponer desde géneros como la reseña, la entrevista o el análisis, los factores que directa o indirectamente nos afectan como ciudadanos del Oriente Antioqueño.

domingo, 10 de octubre de 2010

El hombre de la edad de oro

Por Juan José Ossa (Perfil)


Generalmente sobresale de las demás personas que se encuentran cerca de él, porque siempre camina por Rionegro con una nevera de icopor, donde mete sus productos para que éstos no se enfríen. Tiene un porte de antioqueño como de esos de antaño, el cual se acentúa más cuando habla y deja ver sus dotes de “culebrero”. Es un hombre de mirada jovial y desprevenida, alto, de contextura delgada, usa un sombrero de ala ancha sobre su cabeza que lo protege del sol y que está asegurado con un cordón que desciende hasta su mentón.
Ese día Ignacio Uribe pasó, como de costumbre vendiendo “empabuenas” y “tabuenos”, términos que emplea para referirse a las empanadas y tamales, debido a que como él lo expresa, empanada se descompone entre: empa, que es un término indefinido y carente de significado y la palabra nada que significa ausencia, es decir una doble “nada”, esto pasa de igual forma con los tamales, “si está mal ¿para qué se lo va a comer? Por eso yo vendo tabuenos”.
Esa mañana pasó junto a mí y me convenció de comprar una empabuena, que sería el motivo por el cual tendría que caminar bajo el calor abrasador del mediodía, por desajustar mi pasaje para el bus.
La connotación de las “empabuenas” y “tabuenos”, en este caso no se resume a una estrategia comercial o a un juego de palabras empleado por capricho de Ignacio. De hecho se traslada a lugares más recónditos del ser, a la negación de la negación, o mejor dicho, a la sustitución de lo que pueda percibirse como negativo por algo positivo. Los alimentos que él vende llevan en su interior un relleno 100% libre de carne de cualquier tipo de animal y es que “Lujerco”, como se denomina a Ignacio entre los Tao, guarda en su nevera además de sus productos un ideal y un estilo de vida.
Desde hace quince años Ignacio es taoísta. afirma que desde niño tuvo una percepción diferente a los demás, la cual define como una visión enfocada hacia el futuro y que no se encuentra viciada por los pensamientos que se forman masivamente, y fue por este motivo que encontró en el taoísmo una forma de crecer espiritualmente.
Los grupos religiosos, no son para él un camino hacia la verdad, pues encuentra en éstos, más que una búsqueda espiritual, un negocio rentable para sus líderes, que se aprovechan de la ignorancia de la feligresía.
Según cuenta, su búsqueda por una verdad más allá de lo que puede enseñar el común de la gente o una academia, lo llevó hacia los Andes colombianos, donde, según sus indicaciones, se encuentra el Templo Vegetal Sakroakuarios Tíbet de América. Allí adquirió parte de una sabiduría, que afirma, la mayoría no está preparada para recibir o simplemente no acepta, pues admiten más fácil una mentira que una verdad.
Sin embargo, esa búsqueda por elevarse espiritualmente que ha llevado “Lujerco”, no ha hecho que deje de tener los pies puestos en la tierra. Tiene una fuerte postura política, argumentada desde el tao: “igualdad y respeto.” Postura que defiende fervientemente basándose en los sucesos que constantemente ponen en evidencia los atropellos a los derechos humanos, que dice, “se violan todos los días”.
El camino hacia una igualdad real, es para Ignacio Uribe un objetivo que aún se encuentra muy lejos, por esto afirma que es necesario empezar por poner un granito de arena, aunque deja en evidencia que le preocupa un poco el tiempo que pueda tardar, pues afirma que la tierra tiene un tiempo límite para sus habitantes.
Al hablar de este tema, Ignacio deja ver en su rostro algo de preocupación, y continúa su discurso acerca de una nueva era a la que está entrando la humanidad: “la edad de oro”.
En un relato que en esta instancia parece hilarse entre la ficción y la realidad; define “siete razas” entre las que se encuentra el ser humano moderno como un proceso de evolución. Inicia así un viaje con humanoides andrógenos llamados hiperbóreos, hermafroditas que parían por las pantorrillas, lémures, atlantes que murieron devorados por las aguas durante el diluvio universal, y así sucesivamente, hasta alcanzar el estado del hombre moderno, que “paradójicamente, siendo más evolucionado, es más retrasado en comparación con los otros”.
Por este motivo, afirma que la forma de sobrevivir a la evolución espiritual que debe tener un ser humano, está en adquirir un estilo de vida basado en el vegetarianismo y el despojarse de una vida material, para así reencontrarse con la naturaleza.
Cuenta que durante una marcha de taoístas realizada en el 2008 que partió desde “Cartanuestra” (“lo que llaman Cartagena, porque la quieren volver ajena y es nuestra”) hasta Bogotá, la cual dice tuvo una duración de dos meses, nunca se le dio desde los medios un enfoque profundo y no se mencionó que el recorrido se había hecho como forma de protesta para pedir que devolvieran a 1200 personas que fueron desaparecidas, dos líderes, y a denunciar 600 muertos, todos pertenecientes al tao.
Por esto afirma que el periodismo está del lado de la bestia, que según él, es el sistema llamado Sionismo (hace alusión al monopolio de un patrimonio sagrado) y sostiene que este modelo es lo que permite mantener a las personas engañadas.
Para “Lujerco” el plan de salvación de la humanidad está en la adquisición de una mentalidad universal que no se encuentre limitada por los esquemas religiosos, por el miedo, por la moral y el tradicionalismo.
Después de un se alejó lentamente hasta perderse entre las calles amorfas del municipio con su nevera terciada.
Demencia o genialidad, esa es tal vez el interrogante más grande que puede dejar en uno el hablar con una persona como Ignacio, sólo algo es seguro, el al igual que muchos está convencido de su forma de ver el mundo que lo rodea. Y es por la diversidad que hay tantas doctrinas y ritos, todos con algo absurdo y real, y sobre todo con una cierta dosis de fanatismo.

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